EL CARNET DE BAILE. ARTESANÍA DEL ABANICO COMO PUNTO DE ENCUENTRO

Hace años que me fui de casa. No recuerdo tener ni un solo motivo para largarme. Sin duda una decisión repentina, poco meditada.  Fui dando vueltas de un lugar a otro saboreando la severa dureza y el delicado placer  de la libertad. Ya hace diez años …  Aún recuerdo aquel  instante en que cogí el lápiz rojo de ebanista de mi padre, para dejar  una nota despidiéndome de ellos. Solo cuatro líneas.  No hacía falta más. Siempre he sospechado que intuían mi salida.  Y es que la experiencia acumulada de la vida, les otorga a los padres,  una mirada más profunda y certera que a veces, les ayuda a anticipar acontecimientos. Si, fui cuidadoso en no dejar pistas. Pensé que , sin noticias, sufrirían menos y seguramente me equivoqué. Yo procuraba estar informado. Cuando era posible, hablaba con Isma  “el jeringa", uno de mis amigos en el pueblo, hijo de Don Ismael el practicante, que por cierto, enviudó demasiado pronto. Isma siempre fiel, me decía que estaba convencido de que mi madre sabía que,  de vez en cuando, hablábamos. Cuando se cruzaban por la calle  le preguntaba: ¿ Isma, que tal la familia? Y él  respondía, bien señora Milagros, mi padre bien. En esos momentos él sentía una mirada punzante, inquisitorial. Doña Milagros no preguntaba por su padre, lo hacía por su hijo. O eso al menos pensaba Isma, y lo pasaba mal.

Estoy de vuelta a casa. En la última conversación, “el jeringa”, me comentó que hacía ya tres o  cuatro meses que no veía a mis padres. Que en nuestra casa no había nadie. En el pueblo, no tenían noticias. Un día miró  por las ventanas y aparentemente todo estaba en orden.

La casa está  un poco alejada de la población. Formó parte de una masía que mi tatarabuela y sus hermanos se repartieron. Un riachuelo cruzaba  nuestra parcela. Nos permitía tener un pequeño huerto donde recogíamos toda clase de verduras.  Isma ya me dijo que las malas hierbas eran, ahora, las dueñas del sembrado. El gallinero estaba también abandonado.

Tres días de viaje. El último trayecto ha sido en tren. Bajo en el apeadero. Un suave paseo de  treinta minutos  y llegaré a casa. Estoy inquieto. Con el ánimo agitado. Mi cuerpo experimenta sensaciones nuevas que no puedo controlar. Es curioso,  me siento en plena reconciliación con el paisaje, los aromas, la luz, el calor…  y en mi cabeza una sola pregunta. ¿Donde estarán mis padres?

Ya veo nuestro hogar,  donde pasé  mis primeros 23 años de vida. Cojo la llave que escondíamos siempre en un hueco del muro de la entrada, entre dos piedras. Abro la puerta. Todo en orden, como me dijo Isma. Con un poco de polvo, eso si, pero todo bien.  El comedor como siempre, los dormitorios, los armarios con ropa, la cocina, el baño… no entiendo nada.

Han pasado cinco días. Ya hablé con la policía, con los pocos familiares  que tenemos, con amigos de mis padres y…nada.  Ya no se que hacer. Son las 8 de la mañana. Estoy en el apeadero. No sé qué hago aquí. Espero al tren, por esperar algo. Mis pensamientos , como yo, siguen descontrolados, alborotados, en paralizante ebullición, buscando desesperadamente  un no sé qué. Ya veo el tren.  Al mismo tiempo que llega,  de forma súbita una imagen asalta mi pensamiento: ¡la mesita de noche de mamá! De un brinco salgo disparado hacia la casa. Mi mente, en blanco . Toda mi energía concentrada en ganar velocidad. No veo camino. Sorteo arbustos. Salto matorrales. Cruzo campos. Todo en línea recta.  En nada, estoy en casa. Cojo la llave. Abro la puerta. Ya en el dormitorio, me arrodillo. Y, mientras recupero el aliento, me quedo inmóvil  mirando la mesita de noche. Mi padre, excelente ebanista hizo un doble fondo en el cajón. Una de las patas, al girarla, activaba un sofisticado mecanismo de apertura. Giro una y … ¡clik! Se abre el doble fondo. Mi madre guardaba allí sus cosas de “valor”.  

 

 Clavo la mirada en los dos objetos que hay. Cojo el primero, una medalla dorada de San Judas Tadeo, patrón de las causas difíciles. Por detrás, grabado, mi nombre. Mis padres no eran, para nada, creyentes. ¡Me sorprende! Con delicadeza dejo la medalla y  cojo un pequeño abanico brisé de poco más de 10 cm. Era el “carnet de baile” de mi bisabuela. Mi madre me  contó, cuando yo era pequeño, que el bisabuelo se lo regaló para acudir a una velada de baile organizada por el casino musical.  Fabricado en galalita, el llamado marfil artificial, un material plástico  a base de caseína y formol.  Las guardas de un color concha y decoradas con unas  incrustaciones  en metal dorado  con brillos turquesa. Las 10 varillas  blancas, y todo el conjunto con forma de pala. La anilla dorada se une al clavillo con un cordón. Además un pequeño lápiz con engarce dorado que se sujeta a una de las guardas. Parece ser  que las señoritas  apuntaban  en su carnet , los compromisos adquiridos  con cada pretendiente y su baile.  ¡Una joya para el juego romántico! La bisabuela había apuntado en cada varilla cada una de las 10 piezas que había disfrutado bailando, todas con el mismo “pretendiente".  Un vals, una polca, un tango… hasta 10  con su título y autor. Al dar la vuelta al carnet de baile, me quedo   petrificado. En las varillas , mi madre, había apuntado los años de mi ausencia. En la última varilla, además del año 2020 , un texto: “¡Hijo, este año vendrás! Te esperamos, como siempre, con los brazos abiertos. Estamos de “ocupas" en la casita del estanque, aquella que tanto nos gustaba a  todos .

 

 Título: El carnet de baile. Autor: Jean-Louis Forain 

En una sala, casi vacía, ella sola con su carnet de baile y sus pensamientos. Repasa sus compromisos. Seguro que entre todos, uno es el que más desea. Lo mira. Lo vuelve a mirar.  Cosquilleo en el estómago. Esas mariposas  ingobernables hacen de las suyas.

7 comentarios

  • Una lectura estupenda que te atrapa desde las primeras líneas.
    Como dice otro comentario, nunca es tarde para lanzarse al mundo de la literatura . Tu puedes, a la vista está. Enhorabuena👏👏

    Nita
  • Preciós

    M'encanta Miguel. Juan M.
  • Miguel Gago, nos cuenta una historia entrañable con sabor a la nostalgia y amor de madre.

    Salvador Caballer
  • Un maravilloso cuento de amor a los padres. Enhorabuena Miguel. Y el cuadro de Forain otra maravilla con ese juego de luces y pinceladas que hace que el vestido parezca volar, como los sueños de la dueña del carnet de baile. Un besote

    Carlos Gago
  • Me ha encantado. Es muy mágico!!

    Carlos Jaramillo

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